Mi reflexión empieza un día a las 5:50 am, a algo así como
4°C, cuando abro la puerta de la privada y veo bajo el portón del terreno vacío
enfrente, la trufa de Molly (perra propiedad olvidada de mis vecinos).
Molly tiende a salirse de la privada, no tengo idea de qué
haga mientras, pero termina refugiada en ese terreno donde supongo que perros
más grandes que ella no pueden entrar. Fue la primera vez que la encontré
afuera a esa hora, al menos la primera que me di cuenta de que pasó la noche en
la calle.
Me bajé del coche, la ayudé a salir de su refugio, entre el
susto, el frío y la ansiedad por entrar a su casa estaba un poco torpe. Entró
corriendo a la privada y ya con la tranquilidad de que al menos no estaba en la
calle, me fui.
Pero me fui con un entripado respetable, porque no encuentro
razón lógica para que un perro, de familia, que ha vivido siempre en una casa,
pase la noche a la intemperie.
Luego, seguí pensando en la gente que tiende a criticarme
porque mis perros comen todos los días la misma cantidad, a la misma hora.
Porque, a fechas recientes, todos los días les dedicamos entre 20 y 30 minutos
a sacarlos a pasear y entrenarlos, porque duermen dentro de la casa y son
tratados como hijos.
Tal vez, y solo tal vez, nosotros estemos un poco más allá
de la línea de lo apenas necesario, pero creo que no es mucho menos lo que hay
que hacer teniendo un perro.
Primero, hay que ser consciente de que son perros. Es decir,
no se les puede tratar como un humano (al grado de sentarlos a comer en la
mesa) pero tampoco se les debe dejar olvidados como salvajes.
Segundo, entender que un perro es una compañía, un miembro
de la familia, un amigo. No un juguete que después de un cierto tiempo se pueda dejar guardado por
ahí. No, ni en un gran jardín donde “pueda correr a gusto”, porque también se
trata de que aprendan a convivir.
Tercero, el perro siempre va a depender de ti. Siempre va a
necesitar comida, agua, paseo, atención, cariño, abrigo, veterinario, vacunas,
medicinas… y conforme empiece a envejecer, lo va a necesitar mucho más. Y
cuando tienen todo eso, pueden llegar a vivir por ahí de los 15 años (obvio,
depende de la raza). Lo cual significa que vas a tener muchos años de felicidad
canina, pero también muchos años de responsabilidad.
Cuarto, un perro se guía por instinto. Si bien pueden
aprender y entender muchas palabras (en casa durante un tiempo no se ha podido
decir “pelota”, “hambre”, “comer” o “salir” porque se sienten de inmediato
aludidos), eso no significa que sus reacciones se vuelvan racionales. Así que
hay que aprender a entender su instinto, su comportamiento, su personalidad y
darles condiciones acordes a todo eso.
Quinto, no todo perro es para toda persona o familia. No
porque salgan en una película se van a portar así. Un dálmata no es un buen perro para niños… ni
porque haya 101 de ellos.
Y después de todo, llego a casa y desde que abro el portón
se asoman a la ventana de la cocina dos orejas gigantes propiedad de Mica, una
perra callejera, que apareció un día buscando hogar. Flaca, lastimada,
asustada. La realidad es que no fuimos muy conscientes de lo que iba a
significar adoptarla. Como muchos, tal vez, pensamos que era cosa de enseñarla
a no hacerse dentro de la casa, comer a sus horas y obedecer algunas órdenes.
Hoy, Mica es una guapa de la que todo mundo pregunta qué
raza es. Yo sigo diciendo que en sus antepasados hubo un doberman. Es una perra
feliz, agradecida, cariñosa, a la que le fascina la gente, que me espera todos
los días. Pero también, una a la que de pronto traiciona el instinto de no
saber convivir con otros perros (cosa que paga Diego, su hermano dálmata mucho
mayor), de tener que pelear por alimento o territorio, de luchar por dominar.
Por eso, pasearlos diario, entrenarlos diario, recordarles
diario que son perros de familia y como tales se tienen que comportar.
No me arrepiento un segundo de haber adoptado a Mica, pero
tampoco le recomiendo a cualquiera hacerlo. Si no tienes el tiempo, la
dedicación, la paciencia, las condiciones, un perro rescatado puede terminar en
pesadilla… o en un perro abandonado otra vez.
En resumen, no, no se vale tener un perro en un jardín,
patio o azotea abandonado. No, tampoco se vale tenerlo un año, dos y cuando
empieza a ser adulto regalarlo. Mucho menos se vale, dejarlo en un parque, con
un plato de comida y la esperanza de que un alma caritativa lo recoja después.
Si van a tener un perro, tengan madre.