En teoría, 2012 sería el año del
fin del mundo. Y no, aquí seguimos. Los mayas insistirán en que cambiaron cosas
y ciclos, ni quien seamos para contradecirlos, pero al parecer, la vida sigue
tal cual queramos que vaya siguiendo.
Al final, si algo aprendí en los
últimos 12 meses (o quizá en más tiempo, pero apenas entiendo y recapitulo) es
que todo se trata de lo que hagas para que las cosas sucedan. De tomar
decisiones, quedarte con lo que quieres, desechar lo que no ayuda e ir viendo
más o menos claro.
2012 fue el año en que recibí mi
cumpleaños en el hospital, saliendo de una cirugía menor. En que depuré mis
listas de “amigos” y no sólo en lo virtual. Que tuve que arrancar algunos de
tajo, aunque sabía que en el proceso iba a sangrar un poco.
Un año en que me convencí de que
justo “amigo” es una palabra que hay que aprender a revalorar, que mientras más
se usa a la ligera más pierde su sentido y que hay que conquistarla. Entendí
también que hay amigos con los que dejas de coincidir, pero no dejas de querer.
Que sin una pizca de admiración (o al menos respeto por la inteligencia de
enfrente) no hay amor, cariño, ni amistad posible.
Fue también un año en que tuve
muy claro qué quiero y que no tengo que quererlo de inmediato. Que hay que
cocinarlo con el tiempo y sazón necesarios. Que la paciencia da frutos, siempre
y cuando no se confunda con desidia, sino se entienda como una ruta constante.
Fue un año de alcanzar metas
escurridizas. Y de confirmar, una vez más, que cada que logras algo tienes el
tiempo contado para fijar la siguiente mira, antes de acalambrarte en esa
escalada. Que un brindis con burbujas siempre lo amerita, pero sólo para
encontrar inspiración y no para dar la jornada por concluida.
Durante 2012 me consolidé como la
mejor pinche del mundo mundial… y no, no la más sino la mejor. Me reconcilié
con la cocina aunque sea todavía siguiendo instrucciones más o menos precisas.
Quién sabe, tal vez en 2013 la domine sola… tal vez, siga siendo mejor hacerlo
acompañada.
Me reconcilié también con los
viajes. Con los programados, planeados y ansiados por un par de años. Con los
imprevistos, de un momento a otro, de un lado del mundo al otro. Llegué, geográficamente,
más lejos que nunca. Descubrí que “nuestro mundo” es terriblemente reducido y
que hay que estar dispuestos a probar de todo, conocer todo y perderte en una
ciudad en la que no entiendes ni los letreros en el metro. Lo peor que puede
pasar, es que te rías de ti misma y pagues una cantidad insultante de taxi para
dar una vuelta a la manzana.
Recordé que uno aprende idiomas
por varias razones. Una, mantener el cerebro activo. Otra, entender y conocer
otras partes del mundo, otras culturas, otras ideas, abrir otras puertas… hasta entender la carta de otros
restaurantes. Je veux parler français à nouveau…
Y así, el 2012 se acabó. Se fue
pronto, tal vez para dar paso a algo mejor. Tal vez porque fue un año de
transición. Tal vez, porque después de todo, los mayas podrían tener algo de
razón.