viernes, 30 de abril de 2010

días

Hace muchos años, trabajando en un partido político (desde luego en campaña) alguien tuvo la idea de “festejar” el día del niño haciendo algún evento con niños de la calle. Por ejemplo aquellos que viven en las coladeras o los que viven de disfrazarse de payasos en un semáforo.

Confieso que me ofendió terriblemente la idea, sobre todo porque me pareció un insulto ir a celebrar a niños que realmente ni siquiera viven su infancia. Un insulto para ellos y populismo de ese que decíamos querer combatir.

La historia me viene a la memoria hablando con una amiga (autora intelectual de este post) quien padeció las peores torturas del tráfico y la infancia el domingo pasado, cuando quería transitar por la ciudad y se encontró con un irreal desfile en Reforma que le consumió el día, el ánimo y el humor. Cabe señalar que es madre de un increíble bebé, que desde el momento que nació ha sido ejemplo de fuerza y voluntad de vivir… pero esa es harina de otro costal.

Ahora, pensando y platicando con alguien que sí es madre (yo no y no sé si lo seré algún día) caí en varias cuentas sobre el tan famoso y comentado día del niño.

Llega un punto en la vida, en ese que nos encontramos muchos de nosotros, en que se vuelve el día (o el mes) de la nostalgia. Cuando desenterramos las fotos de infancia, los recuerdos, contamos anécdotas y hacemos una oda a los años que se fueron.

Pero en lo que propiamente a los infantes se refiere, veo dos tendencias: una los niños sobre expuestos a la mercadotecnia y al consumo, que se vuelven cada vez más exigentes y que entonces convierten la ciudad, durante varios fines de semana, en un hervidero de mini psychos decididos a que todo es suyo.

La segunda, la que en realidad me parece de ponerle atención, es la de aquellos niños que viven en condiciones de pobreza extrema, que sufren abusos, que tienen que trabajar para medio sobrevivir, que tienen que dejar la escuela, que son golpeados, maltratados física y emocionalmente. Los que ni el 30 de abril, ni el 25 de diciembre, ni en su cumpleaños (si es que saben cuándo es), ni en ninguna otra fecha, aspiran a recibir un regalo, una atención, una muestra de cariño.

Esos niños, son los que crecerán sin oportunidades, los que seguirán contribuyendo a un país con un futuro incierto, con poca esperanza y confianza en sí mismo.

Y entonces, viene a mi mente otro recuerdo. Diciembre de 1985 (y los meses que le siguieron), no llegaba yo a los 10 años y mis padres decidieron que era momento de aprender a ser agradecidos por lo que teníamos y compartirlo. Los regalos que nos hubieran correspondido por navidad, reyes, santo y cumpleaños fueron donados a casas hogar donde estaban los niños que habían perdido todo en el terremoto. No sólo nos tocó ceder los juguetes, si no llevarlos personalmente. Al día de hoy, recuerdo las caras de agradecimiento y emoción, algo muy pequeño para ellos era el mundo (si si, también recuerdo que en su momento me pareció injusto y gandalla de parte de mis viejos…)

Todos los que tenemos posibilidad de leer esto es porque tuvimos acceso a una educación y porque hoy tenemos recursos, unos más otros menos pero posibilidades al final. ¿Qué pasa si este día del niño (y otros más) pensamos un poquito en los que no tienen esa oportunidad? Si le enseñamos a nuestros hijos o sobrinos la idea de compartir un poco, si le llevamos algo a un niño sin esperar nada a cambio.

Pueden ser juguetes, puede ser un día de ir a leerles cuentos, representarles obras teatrales, cantarles, enseñarles algo… ¡lo que sea! Dedicarles un poco de tiempo para que al menos por un día disfruten ser niños. Ojo, que no me refiero a aventarles dulces desde un desfile, ni porquerías que se rompan a los dos días (como estilan nuestros queridos gobernantes), si no de auténticamente dedicarles tiempo y dejar algo que trascienda.

Les garantizo que además, volveremos por un día a la infancia, porque siempre estar rodeado de niños nos hace rescatar a ese loco bajito que sigue habitando en nuestro inconsciente.

Y ya entrados en hablar del Día de *inserte aquí su pretexto favorito* ahí viene también el que más detesto de todos, el famoso 10 de mayo.

Independientemente de todo lo que podría decir sobre el bonito pretexto para no ir a trabajar (hasta los que no son ni tienen madre piden el día completo), de lo desquiciado del tráfico, de los aquelarres en cualquier sitio público y los mocos y lágrimas de las madres hipersensibles, que creo que son todas (otra vez, yo no lo soy aún…) me da no sé qué ver a las señoras que sacan sus mejores ajuares, se perfuman y emperifollan para que las lleven a comer a Vip’s. Ahí están sentadas con mirada de doña Libertad Lamarque (si, ilusionada y llena de lágrimas), mirando la hermosa reunión familiar, de la que al terminar volverán a guardar en su casa hasta el año siguiente.

Eso sí, felicitan a cuanta mujer ven pasar por la calle (sin mencionar el trillado y predecible chiste de “felicidades mamacita”).

Qué tal si se ocupan de ser felicitar y consentir a sus madres, concéntrense en ellas nada más! Y por favor, sean hijos con un poquito más de frecuencia. Por mucha lata que den… madre sólo hay una (y que bueno, porque yo con dos si tiraba la toalla).

dedicado con todo mi cariño a Gely Colsa

lunes, 5 de abril de 2010

recordando sentimientos

Qué extraño es tener tan vivo un recuerdo y tan ajeno un sentimiento.

Recuerdo tan bien, hace justo un año. Recuerdo el momento, recuerdo la sensación, recuerdo el torbellino de ideas y las decisiones a tomar, que definitivamente implicarían un cambio radical.

La cabeza llena de cientos de preguntas, de dudas, de respuestas evidentes que gritaban… de las propias convicciones de años que era momento de confrontar. Mientras, el estómago y el corazón vacíos, perdidos, ausentes… dejando sólo un eco que por minutos resultaba más doloroso.

Hace exactamente un año tomé una de las decisiones más complicadas de mi vida, una que me obligó a ser mucho más valiente de lo que me creí capaz. En su momento no me di cuenta, pero fue radical y tajante desde el principio, no había forma de volver atrás.

Hoy, cuando caí en cuenta de la fecha, me quedé en silencio. Buscando el sentimiento, los gritos, la ansiedad. No encontré nada de eso.

Encontré en cambio calma y muchas sonrisas… lágrimas cristalizadas que reflejan luces diferentes, proyectos, expectativas, ecos de risas, propias y compartidas.

Encontré algo mucho mejor que lo que esperaba tener, encontré que no hay peor lastre que el miedo y que cuando te deshaces de él llegas increíblemente lejos. Ahora lo que tengo, bueno o malo, es auténtico.

Al final, resulta que lo más significativo de esta fecha es que puedo decir que es capítulo cerrado, que ya no me duele, que no tengo rencor... que sigo adelante.