miércoles, 1 de diciembre de 2010

apología de los gatos

De niña tuve varios gatos. Primero fue Calcetas, que era de mi hermano, pero siempre lo quise como mío, luego Belcore que se dedicó a tener gatitos de los cuales adoptamos a Blaki, contra los principios de mi madre por ser prácticamente negro, y Calcetín, el último de la dinastía.

Quizá, fue justo Calcetín con el que me sentí siempre más cercana. Recuerdo perfectamente un día que en casa se decidió que ya estaba bueno de gatos y se regaló. Lloré y lloré durante todo el día, hasta que por la noche lo vi aparecer en la cocina, tan quitado de la pena. Mi madre llamó a quienes se lo habían llevado, para descubrir que el peludo no estuvo de acuerdo con la mudanza y decidió volver a casa, a su casa.

Años después, un vecino decidió que era buena idea darle de comer todos los días y tratar de adoptarlo. Aquel, nada wey, iba y venía comiendo en ambas casas. Una mañana, salí al patio y lo vi ahí, acostadito debajo del calentador donde siempre, él y todos los que pasaron, buscaban calor. Lo vi extraño, me acerqué para descubrir esa rigidez inequívoca de la muerte. Corrí a buscar a mi padre, no era una niña pero no estaba lista para procesarlo. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba me abrazó y sólo me dijo “regresó a morir a su casa, con su familia, contigo”.

Y desde entonces entendí que todo lo que se dice de lo traidor, desleal y frío de un gato, lo dice quién nunca ha vivido con uno.

¿Qué me ha gustado siempre de los gatos? Su agilidad, elegancia, sus movimientos tan característicos y tan seguros de sí mismos. Su mirada firme, impenetrable, inquebrantable, generalmente indescifrable. Y si, esa independencia que quizá en efecto sea soberbia.

Dicen que los gatos son ariscos, fríos, que no son una buena compañía. La realidad es que un gato no mendiga cariño, pero lo da en el momento clave. Ellos deciden cuando, porque saben cuándo.

Un gato no te necesita, puede perfectamente sobrevivir sin un humano que lo alimente dos veces al día, que lo saque a pasear, que limpie cada rincón donde decide marcar su territorio (por así decirlo). Cuando dan a luz, apenas te das cuenta al encontrar varios cachorros a su alrededor (y si, hubo muchos partos felinos en mi casa).

No, un gato no te necesita. Te quiere, te adopta, decide ser parte de tu vida y de tu familia.

Después de muchos años conocí a Uma, la gata más guapa del mundo mundial. Uma es perfecta. Y me recordó eso que amo de los gatos. Primero me miraba con desconfianza, analizándome cada vez. Me rondaba, me olfateaba. Hasta el día que se acostó en mi regazo y empezó a ronronear. A partir de ahí, sé cuánto nos queremos. Tanto como el día que llegué a su casa tras un fugaz paso por el hospital y se acostó junto a mí a cuidarme, como los días largos que pasan sin vernos y que me recrimina no dejándose acariciar.

Uma no es mía, pero como si lo fuera.

Y entonces, descubrí que llevaba muchos años sin una de esas compañías.

Así llegó Laia, pequeña, asustada, frágil… En 24 horas era la dueña de la casa. Nunca ensució, nunca rompió nada, nunca destrozó nada.

Hasta que se sintió sola y exigió atención.

Teniendo en cuenta mi ritmo de vida, viajes, trabajo, etc. no es pensable que todos los días y fines de semana este con ella, así que llegó Camila (Mila, para los amigos). Son hermanas, estuvieron separadas tres o cuatro semanas. La reacción al reunirlas fue increíble. Laia la olfateó y la reconoció, se hizo pequeña de inmediato y se acurrucó a su lado. Unos minutos después corrían por la casa, brincaban una encima de la otra, se agandallaban mutuamente… jugaban como hermanas.

Hoy, tengo dos pequeñas peludas que cuando llego corren a saludarme (si, actitud poco común en un gato). Que me atacan las manos, los brazos, los pies. Que de pronto no me dejan dormir, pero cuando se cansan se acuestan cerca de mí. Que por las mañanas, mientras hago mi café, desayunan conmigo. Que me acompañan y ya me adoptaron.

Y yo, hace tiempo que no quiero alguien que me necesite, si no que me quiera.

sábado, 6 de noviembre de 2010

banda sonora (semana mortuoria 03: 1. Soundtrack de mi vida)

Si algún día alguien se atreviera a hacer una película de mi vida (aunque nadie se atreviera a verla) el soundtrack tendría que correr a cargo de Joaquín Sabina… y es que ya está prácticamente listo. En ciertos casos, el tipo ha descrito a la perfección situaciones de mi vida, en otros me ha descrito a mí utilizando frases que hubiera dado lo que fuera porque salieran de mi mente antes de escucharlas en su voz.

Pequeños ejemplos, sin necesariamente un orden de prelación:

Princesa, y su firme manera de decir “búscate otro perro que te ladre”, tan categórico como “este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá”. Simple, cuando algo termina, cuando decides dar la vuelta no hay razón para mirar atrás. Al menos yo nunca la encontré.

También, el Sr. Sabina describió mi ciudad perfecta, encontró los mágicos recovecos que hacen de Madrid la ciudad en la que espero vivir para que esa parte de la banda sonora sea una realidad y no parte de momentos esporádicos. Cantidad de momentos en que he querido declarar que “Yo me bajo en Atocha”, un firme deseo, un proyecto, una convicción… “Pongamos que hablo de Madrid”.

Pero también protesta por lo barato que se venden las ideologías, lo sencillo que es dejar los principios, con los años, con el crecimiento, con la madurez o el entorno… y la cantidad de sujetos que cayeron simbólicamente al mismo tiempo que “El Muro de Berlín”.

Tantos otros, que parece una lista interminable. Quién supiera reír como llora Chabela por el Boulevard de los Sueños Rotos, y que el maquillaje no apague tu risa para que todas las lunas sean lunas de miel. La fuerza de decir, antes de que me quieras como se quiere a un gato y romper la promesa de no volver a verte ni en pintura.

Pero no, obvio ni mi vida, ni su música son tan monótonas… En realidad el problema sería que podrían ir tantas cosas y tan diferentes!!

Montón de cosas para bailar, aunque nunca lo haya hecho del todo bien. Rancheras desde luego y boleros melosos, todos ellos para cantar sin pena, a todo pulmón. Mucho pop ochentero, en español e inglés, de ese que todos negamos pero tenemos guardado entre la privada selección musical.

Y volver a Sabina, que al final escribió no sólo mi vida, también dejó mi epitafio: siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga… y la falda muy corta.

jueves, 23 de septiembre de 2010

la resaca del bicentenario

Siempre recuerdo lo que alguna vez dijo Germán Dehesa y que luego me tomé la libertad de adoptar: México es un país que vive con el síndrome de Doña Libertad Lamarque, sufrimos absolutamente por todo.

Ahora hemos evolucionado y además de sufrir nos quejamos, con toda la amargura posible. Gritamos, pataleamos… hasta que suena un mariachi y sale un tequila. Ahí se nos olvida.

Más o menos así fue la ruta bicentenaria.

Los meses previos el sufrimiento y la queja fueron una constante in crecendo.

La inseguridad, el desempleo, la crisis, el narcotráfico, la corrupción… bueno hasta los juanetes nos quejamos y buscamos a quién culpar, aunque en muchas de esas cosas nos mordiéramos la lengua.

De pronto surgían algunas voces que reivindicaban al país ensalzando cosas como los mares, las montañas, las zonas arqueológicas… aunque nada de eso fuera producto de los hechos que conmemoraba el bicentenario.

Luego las protestas se agudizaron. Quejas por el despilfarro en el festejo, pánico colectivo porque seguramente el terrorismo aprovecharía la ocasión, vestiduras rasgadas porque el gobierno pide y toma precauciones, el berrinche por el megapuente del sector público seguido por las mil razones por las que NADIE debería trabajar esos días.

El 15 de septiembre, mágicamente, el país amaneció de fiesta. Todos orgullosísimamente mexicanos, dejándose el bigote y las patillas, sacando la bota y el cinturón piteados, las trenzas y el rebozo. Demostrando que, en efecto, somos el país más villamelón del mundo.

La gente salió a las calles, llenó la plancha del zócalo, cantó, gritó, bebió y festejó. El 16, todos marcialmente seguimos el desfile y seguimos promulgando nuestro espíritu patriótico. El 17 volvimos a ser los gandallas, abusivos, poco solidarios, activistas de sobremesa de siempre.

Confieso que dos cosas me pusieron especialmente de malas (aunque no tanto como para impedirme disfrutar la fecha)

  1. Los patriotas que sólo lo son con tequila en las venas y que se olvidan cuando hay que votar, que chambear. Que hablan mucho y hacen poco
  2. Los golpes de pecho. Los gritos de desgracia porque somos un país en guerra, sin libertad y sin nada que festejar

Justo después del grito, mientras veíamos los fuegos artificiales, una de las personas más importantes, que más quiero y cuya presencia más agradezco en mi vida, dijo algo que me puso a pensar. Él sí vivió en un país en guerra y es mexicano por elección.

Así que antes de tirarnos al drama y llorar por todos los males que nos aquejan, preguntémonos lo siguiente.

  • ¿Pudiste salir a la calle, a un bar, a casa de un amigo a dar el grito?
  • Cuando escuchas cohetes, ¿corres a refugiarte por el temor, justificado, de que sea un bombardeo?
  • ¿Puedes externar abierta y públicamente tus opiniones sobre el gobierno?
  • ¿Tienes la posibilidad de elegir a tus gobernantes? Aunque no ejerzas ese derecho
  • ¿Puedes hablar en sitios públicos del tema que te dé la gana sin temor a quién te escuche?
  • ¿Cada fin de semana puedes salir a la calle, a un bar, de fiesta, etc?
  • ¿Tienes que encerrarte a cierta hora por qué hay toque de queda?
  • ¿Tienes acceso a una computadora e internet y puedes estar leyendo esto?

No, no es que cierre los ojos a los problemas del país, tampoco creo que estemos en nuestro mejor momento.

Pero por qué no mejor nos dejamos de quejar y empezamos a avanzar…

miércoles, 4 de agosto de 2010

crónica de un banco (y no de parque)

¿Les cuento?

Empiezo por reconocer que en 10 años no había tenido medio conflicto con Banamex, era la persona más feliz con mi banco y más después de conocer y trabajar con uno de los creadores y ex dueños.

De pronto, un día, trato de pagar $500 pesos de gasolina y UPS! su tarjeta, de débito por cierto, no pasa. Cosa imposible ya que por muy wey que sea siempre me aseguro de que en esa cuenta haya liquidez suficiente.

Reviso al día siguiente mi saldo en línea y me encuentro con cargos realizados en WalMart Echegaray y algo así como Arboledas. Perdón, pero jamás me muevo por esos rumbos, soy más sureña que cualquiera, por lo tanto esos cargos ni por error eran míos. Después veo una lista de cosas incomprensibles, incluyendo “autorizaciones pendientes”. En pocas palabras, mi tarjeta de débito había sido clonada.

Ahí comienza el via crucis #1. Llamar al banco, pedir aclaraciones, reportar los cargos, etc. Su primera respuesta fue casi queme su tarjeta en leña verde y hágale una limpia a su chequera… Sobra decir que congelaron la cuenta y no podía yo hacer ni medio movimiento. Con lo cual, mi efectivo fue depositado a la cuenta de mi Santo Padre que cada semana, literalmente, me daba mi domingo.

El resultado fue un mes de absoluto desorden financiero. Por más que lo intentamos nunca logramos un registro confiable de cuánto dinero me había dado, cuánto seguía en su cuenta, etc. No sé al final cuál de los dos salió ganando, pero sí que a estas alturas no me gusta que nadie ande fiscalizando, ni metiendo las narices en mis ingresos y egresos.

Mientras con el banco eran llamadas cada tercer día. Soy incapaz de contabilizar la cantidad de veces que me gritaron, me colgaron, me pendejearon… lo que sé es que nunca me ofrecieron una solución.

Un par de meses después liberan la cuenta, puedo depositar, retirar de cajero, usar cheques, pero no firmar. Ninguna terminal leía la tarjeta. Por primera vez en mi vida y de manera absolutamente involuntaria, me tuve que acostumbrar a traer efectivo (ok, acostumbrar es muy relativo…).

De pronto, parecía que la felicidad me había alcanzado. Mi cuenta funcionaba de manera absolutamente regular.

Transcurren otro par de meses y otra vez, sin aviso previo, mi tarjeta no pasa. ¿Error de cálculo en el saldo? Nope, eso ya dejé claro que no sucede. ¿Fallas en la banda magnética? Tampoco, porque en cajero funcionaba bien. Mmmmmm seguramente parte del mismo asunto pensé, llamo al banco y se resuelve.

  • Cuatro llamadas en un día, visita a la sucursal, otras dos llamadas y lo que obtuve fue:
  • 2 horas perdidas en el teléfono. El promedio de atención del primer ejecutivo es de 7 minutos y el de personas que te atienden 4 por llamada
  • Dos llamadas interrumpidas porque se cortó (aha si aha)
  • Una ejecutiva que me colgó, después de decirme aha… aha… aha… durante 5 min (porque ella conocía los antecedentes del caso mejor que yo)
  • Regaño de otro ejecutivo porque “me escuchaba alterada”, y eso que no le dije que fuera a alterar a su madre
  • La propuesta de reportar mi tarjeta como robada, pagar $150 y tener un plástico nuevo en 24 hrs.
  • Ah sí, o esperar 7 días a que llegue a mi domicilio el plástico que ellos amablemente reponen sin costo a partir de que el usuario levante la queja por un “bloqueo preventivo”

La explicación de la situación por parte del banco me parece poética:

- Si, su tarjeta tiene un bloqueo preventivo ¿levantó alguna aclaración?

- Si, la levanté hace meses, pero ya estaba resuelta, cerrada la investigación y funcionando normalmente

- Ah, mire… es que lo que pasa es que tenemos otro intento de cargo en ese mismo establecimiento que usted reportó y, preocupados por la seguridad de nuestros clientes y la protección de su patrimonio [inserte aquí mensaje clave dice su manual] bloqueamos su tarjeta

- Oiga qué amables. ¿No hubiera estado padre que me avisaran?

- Ah pues es que yo creo que le marcaron a su casa pero no la encontraron

Adrix piensa, claro para eso no hablan a las 6:00 am como cuando se le pasa al cliente la fecha de pago por 24 hrs. Y no, obvio en mi casa no me van a encontrar.

- Y ahora que lo pienso, si fue en el mismo establecimiento, ¿no será que hay algún problema con ESE establecimiento? Como que hay alguien con acceso a su información pasándosela bomba en WalMart

- Ah sí, nosotros levantamos una averiguación

Mejor levanten al ratero, pienso otra vez

- ¿Y mi cuenta?

- Pues se ve que aquí hubo un filtro de información y alguien acceso a sus datos

Clientes de Banamex siéntanse tranquilos, su información está perfectamente protegida… excepto por pequeños filtros que lo peor que puede pasar es que les vacíen su cuenta de cheques (incluya aquí signos de ironía).

- Oiga, ¿y quién se hace responsable de la información de los clientes?

- Mmmmmmmmmm

El hámster se fue a buscar el manual, sólo que esa pregunta no venía.

- ¿Algo más en lo que le pueda ayudar?

- Pues es más que claro que no. Mi información en sus manos es perfectamente vulnerable, bloquean mi tarjeta sin avisarme, transcurren semanas y ustedes ni siquiera se inmutan o se ocupan de avisarme, no hay remedio más que cambiar el plástico y si me voy de viaje mañana que Dios me bendiga (a mí y al efectivo que por su culpa tengo que cargar).

- Señorita le pido nuevamente que no se altere, si quiere le comunico con mi supervisor

- ¿Él me va a dar una solución?

- No, pero es que aquí es una línea donde se busca que las llamadas entren lo más rápido posible y yo ya no tengo nada que decirle

Como quién dice, me está usted quitando el tiempo y alguien está a punto de rebasar sus 7 minutos promedio de espera.

- Entonces ¿para qué me comunica con el supervisor? ¿me va a ofrecer solución?

- No, pero a él le puede externar su opinión

- Ah, entonces mejor se la externo a usted y le sigo quitando el tiempo

Tal vez, y sólo tal vez, para esas alturas lo único que quería era descargar mi frustración de alguna manera, aunque fuera atormentando al pesimamente mal entrenado ejecutivo de atención al cliente.

- Sabe qué, no me comunique con nadie

- ¿Algo más en lo que le pueda ayudar?

- ¿Algo más? ¡Pero si no me ayudó con nada!

- Qué tenga buena tarde

- … a tomar por culo

Alguna vez, platicando con Don Agustín Legorreta me contó lo que había sido su filosofía como banquero: “lo que está en nuestras manos es el patrimonio de la gente”. Eso a Banamex, que fue su fundamento y motor en un muy remoto pasado, hoy ya se le olvidó.

Me preocupa la falta de protección de datos en el banco, lo poco que al propio banco le importa, lo mal que están entrenados sus ejecutivos que deberían brindar atención a alguien en una situación crítica (no fue mi caso por fortuna, pero pueden dejar a alguien sin un peso en la bolsa). Me preocupa sobre todo que este tipo de quejas se vuelven recurrentes ante cualquier prestador de servicios de este país.

¿Qué haré al respecto? Creo que darle una oportunidad a algún banco con el que todavía no me haya peleado… eso, si en México encuentro alguno.

viernes, 2 de julio de 2010

Julián

Fue el hombre que me presentó Madrid. De su mano lo conocí y caminé por primera vez. Fue él quien me acercó en auto al Santiago Bernabeu (porque sabía que de otra forma no lo haría), quien me contó la historia de la calle de la Escalinata, de la iglesia de Los Jerónimos, de Atocha antes y después del 11 de marzo.

Con él entré a una sidrería, austera y arrabalera. Comí por primera vez los mejores churros con chocolate del mundo. Tomé cantidades irreales de Ribera del Duero, caminé y caminé y caminé sin rumbo fijo, aprendiendo a enamorarme de una ciudad. Porque es el madrileño con el corazón mejor puesto que he conocido.

La historia con Julián es en Madrid, en México, es de cerca y de lejos.

La primera vez que estuvimos en su ciudad nos quedamos en su casa. Éramos mi madre y yo. Desde despertar el día estaba lleno de todo. Comidas increíbles confeccionadas por Ana, su esposa y compañera incondicional, mil y un cosas que improvisaba en minutos como el mejor gazpacho del mundo mundial, ensalada de guisantes que nadie ha podido volver a hacer o un flan que nunca logramos “flambear”. Era verano, entonces la terraza era el lugar perfecto para abrir una botella de vino y hablar sin parar. Bueno, hablaba él, nosotras le escuchábamos. Conocía perfectamente la historia de España, de Madrid y sus alrededores, y siempre tenía algo para apoyar sus historias: mapas, libros, fotos, recuerdos.

Pasábamos horas los 4 caminando por las calles. Julián y yo del brazo, mientras él me contaba un millón de cosas, una historia por cada piedra, cada balcón. No sé si eran ciertas o si las inventaba, pero lo hacía con tal pasión que no se podía más que creerlas. Mientras Ana y mi madre, que le habían escuchado tantas veces, repelaban de pasar por el mismo sitio y detenernos cada minuto a tomar una foto (si claro, esa era yo).

En aquella ocasión me recordó profundamente a mi padre. Tenían ese mismo estilo de sonreír porque si, de convertir cualquier pequeña ocasión en una fiesta, sólo por el gusto de vivir. Ambos son amantes de la lectura, cultos hasta decir basta, con un sentido del humor envidiable y excelentes conversadores. Creo que nunca he logrado estar con los dos al mismo tiempo.

La siguiente vez que lo vi, fue justo el día que se me ocurrió anunciar que me casaba. Mi madre casi muere de un infarto. Él sonrío, con esa mirada franca y transparente, y me abrazó… luego fue a ver que su amiga recobrara un poco el aliento. Porque entre mi madre y Julián desde el primer día se creó una de esas amistades difíciles de explicar.

Si alguien de España viajaba a México, si alguien visitaba Madrid nos enviábamos saludos y recuerdos. Cada vez que mi mamá lo veía hablaban de mí. Algún día dije que me iría a estudiar a Madrid y él ofreció su casa como mía. Al final, nunca sucedió, pero él no lo olvidó.

Volví a Madrid años después. Otra vez caminamos las calles, hicimos las mismas bromas, retomamos la complicidad. Volvió a brillar esa capacidad única de conversación, de hablar de cualquier tema. Nos contó lo que pasaba en la actualidad en Madrid, el gobierno en España, la integración de la comunidad europea y la llegada del euro. Todo mezclado con lecciones de historia. Iba entonces con alguien con una capacidad de retención única, también ávido lector e interesado por casi todos los temas. Escucharlos platicar fue, otra vez, un privilegio.

Ahí quedó la promesa de volver pronto, de esas que se quedan un poco en el aire y que no sabemos cuándo vamos a ser capaces de cumplir.

Fue entonces cuando ese corazón suyo, tan bien plantado, empezó a fallar. Fue primero un infarto, luego trasplante, luego la verdad es que ya no puedo llevar récord de los sustos que nos ha pegado. Ingresos al hospital por largas temporadas, épocas en las que a México no llegaban noticias y no sabíamos ni qué pensar.

Hace un año mi madre lo vio. Cuando me platicó la conversación que tuvieron no pudo contener las lágrimas, sólo me dijo que ya no era el de antes y que le había dicho que me seguía esperando.

En ese momento me di cuenta de que tenía que verlo, al menos una vez más antes de que de plano el corazón le dejara de latir. Sólo pensaba en ir a Madrid, el pretexto era él, no hacía falta más, la logística se veía más complicada y no encontraba por donde.

Ni siquiera me voy a poner a explicar cómo se acomodaron piezas que yo no esperaba para que se presentara la oportunidad. Lo pude creer cuando estuve en el avión. Ellos no tenían la menor idea de que iba pero ya estaba yo en el aire.

Cuando llegué, me di cuenta de todo lo que me enseñó y me inculcó con relación a esta ciudad. No sé si es por él, no sé si hay otra razón extraña, pero yo en Madrid me siento en casa. Camino, tomo el metro, entro a un sitio a comer, voy a comprar cosas, entro a museos… todo con absoluta naturalidad.

Ya instalada llamé a Ana, sabía que el estado de Julián podía no ser bueno, pero nunca me esperé que me dijera que apenas un día antes lo habían dado de alta del hospital y que estaba en observación con posibilidades de volverlo a ingresar. Si, se me hizo un hueco en el estómago, al final pensé que lo peor que podía suceder era visitarlo en el hospital, pero yo no me iba de Madrid sin verlo.

Todos los días hablábamos, Ana me contaba que de pronto mejoraba un poco, de pronto volvía la fiebre y seguían en espera. Prometió llamarme si se sentía un poco mejor como para recibir visitas. Entendí entonces que tal vez no quería que ser visto así.

Un día antes de volver, resignada a despedirme de Madrid y de él de lejos Ana me llamó, me dijo que me pasara a verlos por la tarde. Confieso que de camino hacia allá más de una vez quise dar la vuelta, quedarme con la imagen que tenía de él.

Ahí estaba, en la puerta de un piso que conocía como si hubiera vivido ahí. Me abrió Ana, me dio un abrazo y me llevó a verlo. Uff qué fuerte. Súper flaco, sentado (por no decir que mal puesto) en una silla, me miró y me partió el alma. Ese Julián que hacía aspavientos y fiestas ya no estaba. Tardó un poco en hablar y decirme “hola Adriana, qué tal todo por México”.

Lo dejamos descansar un poco mientras Ana, como siempre, sacó cuanta cosa había en la cocina “algo simple” me dijo, pero como acostumbra me alimentó el corazón a través del estómago. Hablamos un buen rato y un par de horas después me despedí. Entré a darle un beso a Julián y me regaló el momento que valió el viaje.

Me miró, con un pequeño brillo ahí en el fondo de los ojos, y me dijo “estás guapísima”. ¡Carajo! Algo de él queda ahí, latiendo y sin que se le dé la gana de irse. Después mandó saludos a mis padres, que les recuerda mucho y espera verles pronto… claro, así piensa traer a toda la familia a ires y venires de Madrid.

Salí con una sonrisa nostálgica, a recorrer por última noche Madrid. Por última noche esta vez, porque esta ciudad y yo apenas construimos la historia y, de alguna manera, sé que lo voy a volver a ver.


25 de agosto de 2010

Hoy, el corazón de Julián dejó de latir. Me queda el haberlo visto por última vez y me queda Madrid... ese Madrid que hoy tiene una cara y un corazón diferentes

viernes, 11 de junio de 2010

íñigo

Cuando vi a su madre, después de 10 o más años, apenas tenía unas semanas de embarazo. Sabíamos que no sería fácil, que había riesgos.

Mes con mes contábamos el tiempo para cantar victoria.

No llego al término, tal vez su necesidad de ver la luz fue tal que decidió hacerlo un mes antes, pero su cuerpo no estaba listo.

Recuerdo su mirada en el hospital, cuando hablaba con tanto amor del "renacuajo" al que todavía no había podido tener en sus brazos. Los ojos que se llenaban de emoción y lágrimas cuando cada hora el papá llegaba con nuevas fotos y video, desde una incubadora.

El reporte diario de como luchaba, iba ganando peso, color, cada vez mas espíritu. Hasta que llegó el día en que la familia pudo estar completa en casa.

Me hicieron el honor de llamarme tía, de dejarme conocerlo, quererlo y, cada vez más, admirarlo. ¡Aunque su padre insista en que no le puedo dar de comer!

Hoy discutimos como lo haremos rayado, o águila, o blaugrana...

Cada vez que veo su sonrisa, franca y plena, recupero un poco de esperanza. Pienso que si él le ganó a la vida lo menos que le debemos es nunca tirar la toalla ni doblar las manos.

Íñigo es sonrisas, es mirada de esperanza, es evidencia de que la vida es de quien quiere vivirla, es recuerdo constante de que hay algo por que luchar.

Hoy cumple un año. Le debo el pastel porque hoy a mi me toca cumplir un sueño con el que también tengo cuentas pendientes y también lo hago en su honor.

Aquí queda mi cariño de tía y hermana, mi agradecimiento a él por nunca renunciar a vivir entre nosotros, mi compromiso por siempre luchar con él.


lunes, 24 de mayo de 2010

¿quién es?

Llevo algún tiempo tratando de definir qué es un amigo.

Dicen por ahí que es alguien que conoce lo malo de ti y todavía te quiere. Potenciándolo un poco, tu mejor amigo es alguien que conoce lo peor de ti y aún así te quiere… y cada vez un poco más.

Pero la realidad es que “amigo” es una de esas palabras que usamos con toda la ligereza del mundo.

Para mí, hay ciertas características que alguien debe cubrir para ganarse el título. A saber:

  1. Lo ya dicho. Ver lo peor de ti y querer incluso eso. Verte llorar, equivocarte, caerte, perder el estilo, tirar la toalla (y la corona) y seguir ahí. Darte un hombro, un abrazo. Tenderte la mano, ayudarte a volver a empezar. Enseñarte a reír de tus propios errores y a recordar que eres mucho más grande que ellos. Y entonces, después de que eso suceda, ganarse un lugar para vivir lo mejor de ti.
  2. Latirte siempre en el corazón. No importa el tiempo, la distancia, el silencio, la ausencia a veces necesaria. Aún así, siempre hay un momento, una imagen, algo que lo hace presente y cuando finalmente te encuentras, parece que no te fuiste nunca.
  3. Entender las señales, más que sólo las palabras, incluso a pesar de ellas. A un verdadero amigo no necesitas llamarlo, aparece cuando siente que debe hacerlo. No solo te oye, escucha el sentido de lo que está sucediendo y entonces responde, a veces de maneras que nadie más entiende.
  4. Es tu sparring, tu principal crítico, tu más grande fan, tu porrista oficial y aguador. Está ahí en todas tus grandes batallas, pero no las pelea por ti. Se alegra como nadie cuando las ganas y te cura las heridas cuando las pierdes. Discretamente, sin hacer alarde de ello ni esperar recompensa.
  5. Nunca, ni en la peor de las situaciones, ni siquiera por cuidarse a sí mismo, usa lo que sabe de ti en tu contra. Y sobre todo, jamás te echa en cara lo que ha hecho por ti ni pide nada a cambio. Esos, los que un día están y al siguiente te pasan la factura, son muchas cosas, pero amigos no.
Al final, lo dicho. Llamamos fácilmente “amigo” a alguien, cuando tal vez es una relación ocasional, una agradable compañía, un cómplice de aventuras.

Y ¿a qué viene todo esto? Simple, a que no me cabía en el corazón el agradecimiento a esos AMIGOS que están, que tienen nombre y apellido, que no han juzgado pero no por eso han sido condescendientes, que cada día me recuerdan que esta montaña rusa vale la pena.

domingo, 9 de mayo de 2010

goya

Hacía muchos años que no iba al estadio sin stress de por medio. Es decir, por el puro gusto de un partido de futbol sin dejar el corazón en la cancha con ninguno de los contendientes.

Tengo que reconocer que volver al estadio de CU es volver a los orígenes de mi intrínseca relación con el futbol. Fue en esas gradas donde aprendí a amar este deporte, a vivirlo en carne propia, a gritarle insultos (en aquel entonces muy creativos) a un árbitro y a dar instrucciones a cada uno de los jugadores. A gritar un gol en la explosión de todos los nervios acumulados y a llorar una derrota.

Pues si, a la porra de los Pumas (aquella de hace más de 25 años que era creativa, respetuosa, compañera y cuidadosa) le debo en buena medida mi actual amor por el futbol.

Volver a ese estadio es regresar a mi infancia cuando iba de la mano de mi papá, a cuando aprendí de futbol soccer y de americano, porque también ahí vi jugar en repetidas ocasiones a Cóndores.

Tengo que reconocer que volver a escuchar un Goya en miles de gargantas de auténtica afición me emocionó, lo sentí y si, recordé cuando era yo quien lo entonaba, más por una empatía con mi padre que por una filiación como la que hoy tengo con otro equipo.

CU va a ser siempre el lugar donde aprendí a amar este deporte, hoy me doy cuenta de que a lo Pumas tengo algo que agradecerles.

De pronto, me descubrí nerviosa, con ese característico nudo en el estómago, externando mi opinión y gritando indicaciones a los jugadores. Maldición, ya estaba dentro del partido otra vez.

Y es que el futbol, sobre todo en el estadio, no sólo se ve. Se respira, se siente, se vibra… se vive. Miraba a los amigos, a los que si son Pumas auténticos y entendía perfectamente esas miradas que reflejan el deseo de bajar a la cancha y resolver personalmente cada jugada. Y entonces, fui parte de eso. De ese grito, de ese canto y de esa emoción. De mi garganta volvió a salir un Goya muchos años después.

El dato poco grato, el estadio estaba muy lejos de estar lleno. Me atrevería a decir un poco más de la mitad de su capacidad. ¿Dónde estaban los cientos de miles de Pumas que con el bicampeonato llenaron las calles? ¿Dónde se metieron todos esos que se burlan en la temporada regular de los otros y que gritan consignas cual si fueran propias? Un aficionado auténtico, porta el uniforme y levanta la cara hasta el último minuto aún de la goliza más despiadada. Tristemente, creo que se confirma mi teoría de que este gran equipo se ha llenado de villamelones.

Soy y seré Rayada, con campeonatos, eliminaciones, liguillas o lo que sea. Ese se ha vuelto el equipo de mis amores, ese me hace llorar, reír y me deja sin habla. Pero hoy me di cuenta de dos cosas:

  1. Amo el futbol, por el futbol en sí… con todo y lo que ese deporte en nuestro país implica
  2. Siempre es bueno, en algún momento, volver a los orígenes

Gracias a JC por ponernos ahí. Gracias a Aldo, Miri, @luis_eduardo y @Playadura por dejarme compartir una tarde de afición (con todo y el resultado), cuatro auténticos y orgullosos Pumas de corazón. Será un placer encontrarnos nuevamente el próximo torneo.

viernes, 30 de abril de 2010

días

Hace muchos años, trabajando en un partido político (desde luego en campaña) alguien tuvo la idea de “festejar” el día del niño haciendo algún evento con niños de la calle. Por ejemplo aquellos que viven en las coladeras o los que viven de disfrazarse de payasos en un semáforo.

Confieso que me ofendió terriblemente la idea, sobre todo porque me pareció un insulto ir a celebrar a niños que realmente ni siquiera viven su infancia. Un insulto para ellos y populismo de ese que decíamos querer combatir.

La historia me viene a la memoria hablando con una amiga (autora intelectual de este post) quien padeció las peores torturas del tráfico y la infancia el domingo pasado, cuando quería transitar por la ciudad y se encontró con un irreal desfile en Reforma que le consumió el día, el ánimo y el humor. Cabe señalar que es madre de un increíble bebé, que desde el momento que nació ha sido ejemplo de fuerza y voluntad de vivir… pero esa es harina de otro costal.

Ahora, pensando y platicando con alguien que sí es madre (yo no y no sé si lo seré algún día) caí en varias cuentas sobre el tan famoso y comentado día del niño.

Llega un punto en la vida, en ese que nos encontramos muchos de nosotros, en que se vuelve el día (o el mes) de la nostalgia. Cuando desenterramos las fotos de infancia, los recuerdos, contamos anécdotas y hacemos una oda a los años que se fueron.

Pero en lo que propiamente a los infantes se refiere, veo dos tendencias: una los niños sobre expuestos a la mercadotecnia y al consumo, que se vuelven cada vez más exigentes y que entonces convierten la ciudad, durante varios fines de semana, en un hervidero de mini psychos decididos a que todo es suyo.

La segunda, la que en realidad me parece de ponerle atención, es la de aquellos niños que viven en condiciones de pobreza extrema, que sufren abusos, que tienen que trabajar para medio sobrevivir, que tienen que dejar la escuela, que son golpeados, maltratados física y emocionalmente. Los que ni el 30 de abril, ni el 25 de diciembre, ni en su cumpleaños (si es que saben cuándo es), ni en ninguna otra fecha, aspiran a recibir un regalo, una atención, una muestra de cariño.

Esos niños, son los que crecerán sin oportunidades, los que seguirán contribuyendo a un país con un futuro incierto, con poca esperanza y confianza en sí mismo.

Y entonces, viene a mi mente otro recuerdo. Diciembre de 1985 (y los meses que le siguieron), no llegaba yo a los 10 años y mis padres decidieron que era momento de aprender a ser agradecidos por lo que teníamos y compartirlo. Los regalos que nos hubieran correspondido por navidad, reyes, santo y cumpleaños fueron donados a casas hogar donde estaban los niños que habían perdido todo en el terremoto. No sólo nos tocó ceder los juguetes, si no llevarlos personalmente. Al día de hoy, recuerdo las caras de agradecimiento y emoción, algo muy pequeño para ellos era el mundo (si si, también recuerdo que en su momento me pareció injusto y gandalla de parte de mis viejos…)

Todos los que tenemos posibilidad de leer esto es porque tuvimos acceso a una educación y porque hoy tenemos recursos, unos más otros menos pero posibilidades al final. ¿Qué pasa si este día del niño (y otros más) pensamos un poquito en los que no tienen esa oportunidad? Si le enseñamos a nuestros hijos o sobrinos la idea de compartir un poco, si le llevamos algo a un niño sin esperar nada a cambio.

Pueden ser juguetes, puede ser un día de ir a leerles cuentos, representarles obras teatrales, cantarles, enseñarles algo… ¡lo que sea! Dedicarles un poco de tiempo para que al menos por un día disfruten ser niños. Ojo, que no me refiero a aventarles dulces desde un desfile, ni porquerías que se rompan a los dos días (como estilan nuestros queridos gobernantes), si no de auténticamente dedicarles tiempo y dejar algo que trascienda.

Les garantizo que además, volveremos por un día a la infancia, porque siempre estar rodeado de niños nos hace rescatar a ese loco bajito que sigue habitando en nuestro inconsciente.

Y ya entrados en hablar del Día de *inserte aquí su pretexto favorito* ahí viene también el que más detesto de todos, el famoso 10 de mayo.

Independientemente de todo lo que podría decir sobre el bonito pretexto para no ir a trabajar (hasta los que no son ni tienen madre piden el día completo), de lo desquiciado del tráfico, de los aquelarres en cualquier sitio público y los mocos y lágrimas de las madres hipersensibles, que creo que son todas (otra vez, yo no lo soy aún…) me da no sé qué ver a las señoras que sacan sus mejores ajuares, se perfuman y emperifollan para que las lleven a comer a Vip’s. Ahí están sentadas con mirada de doña Libertad Lamarque (si, ilusionada y llena de lágrimas), mirando la hermosa reunión familiar, de la que al terminar volverán a guardar en su casa hasta el año siguiente.

Eso sí, felicitan a cuanta mujer ven pasar por la calle (sin mencionar el trillado y predecible chiste de “felicidades mamacita”).

Qué tal si se ocupan de ser felicitar y consentir a sus madres, concéntrense en ellas nada más! Y por favor, sean hijos con un poquito más de frecuencia. Por mucha lata que den… madre sólo hay una (y que bueno, porque yo con dos si tiraba la toalla).

dedicado con todo mi cariño a Gely Colsa

lunes, 5 de abril de 2010

recordando sentimientos

Qué extraño es tener tan vivo un recuerdo y tan ajeno un sentimiento.

Recuerdo tan bien, hace justo un año. Recuerdo el momento, recuerdo la sensación, recuerdo el torbellino de ideas y las decisiones a tomar, que definitivamente implicarían un cambio radical.

La cabeza llena de cientos de preguntas, de dudas, de respuestas evidentes que gritaban… de las propias convicciones de años que era momento de confrontar. Mientras, el estómago y el corazón vacíos, perdidos, ausentes… dejando sólo un eco que por minutos resultaba más doloroso.

Hace exactamente un año tomé una de las decisiones más complicadas de mi vida, una que me obligó a ser mucho más valiente de lo que me creí capaz. En su momento no me di cuenta, pero fue radical y tajante desde el principio, no había forma de volver atrás.

Hoy, cuando caí en cuenta de la fecha, me quedé en silencio. Buscando el sentimiento, los gritos, la ansiedad. No encontré nada de eso.

Encontré en cambio calma y muchas sonrisas… lágrimas cristalizadas que reflejan luces diferentes, proyectos, expectativas, ecos de risas, propias y compartidas.

Encontré algo mucho mejor que lo que esperaba tener, encontré que no hay peor lastre que el miedo y que cuando te deshaces de él llegas increíblemente lejos. Ahora lo que tengo, bueno o malo, es auténtico.

Al final, resulta que lo más significativo de esta fecha es que puedo decir que es capítulo cerrado, que ya no me duele, que no tengo rencor... que sigo adelante.

martes, 30 de marzo de 2010

y nos preguntamos

Como un comentario intrascendente durante una sobremesa, leí la publicación de una revista de sociales. Lo primero que me resultó “incómodo” fue la persona que “retwitteó” la nota, esperaba un poco más de nivel en la conversación.

Pero la reacción inmediata de quienes compartían la mesa conmigo fue la que realmente me preocupó e incluso me puso a pensar. Inmediatamente, todos tomaron sus smartphones para buscar el origen de la información.

Dos cosas sucedían en paralelo: Ricky Martín declaraba su homosexualidad y el Procurador de Justicia del DF comparecía frente a la Asamblea Legislativa. Absolutamente nadie buscó la segunda información.

De inmediato también las redes sociales se llenaron de la noticia, de verdad pareció que fuera algo que iba a cambiar el rumbo de la historia… casi como si se hubiera caído la bolsa, hubiera renunciado un Secretario de Estado, se hubiera aprobado una polémica ley. Pero no, cuando esas cosas suceden nadie se inmuta, nadie pregunta, nadie averigua.

Luego, nos preguntamos por qué este país no avanza, por qué no salimos de donde estamos, por qué no tenemos un gobierno progresista, efectivo, que resuelva los grandes males que nos aquejan como sociedad, como país, como ente productivo, como todo eso que deberíamos ser.

Para mí, esta demostración de prioridades lo responde. Simplemente porque NOS VALE MADRES. Porque reaccionamos más ante el pan y el circo que ante lo que realmente debería ser nuestro compromiso y nuestra responsabilidad. Después nos vamos a ir a quejar, si de ese pinche gobierno que no hace nada, de los impuestos que pagamos, de los legisladores que no nos representan, de todo eso que nos merecemos porque nosotros los pusimos ahí.

De pronto me preocupan las cosas que nos hacen reaccionar, me asusta darme cuenta de que la fuerza que este país necesita para realmente salir adelante está, en el mejor de los casos, aletargada en su sociedad.

Que el problema parte de la educación, si tal vez, pero sobre todo parte de la voluntad, del compromiso y de dejar la “comodidad”.

Desde mi muy particular punto de vista, los gobernantes están ahí para resolver los problemas, al menos para atenderlos, pero tampoco nos lavemos las manos, nosotros los ponemos ahí, nosotros les otorgamos esa representación, nosotros les deberíamos pedir que nos rindieran cuentas. Ni siquiera tenemos claro a quién le dimos el trabajo ni cuáles son las atribuciones que debería cumplir.

¿O sí? ¿Antes de votar revisamos los antecedentes de un candidato? ¿Entendemos cuál es el puesto al que aspira, sus implicaciones y si está calificado para ello? ¿Estamos al tanto de lo que pasa en un periodo de sesiones del Poder Legislativo, qué leyes se aprueban, al menos cuántas de ellas y quiénes participan en tribuna? La experiencia me dice que no, que nos basta ir a cruzar el escudo de un partido que nos suene atractivo, en el mejor de los casos el nombre de un candidato… y luego nos sorprendemos de su desempeño.

Y luego, nos preguntamos…

jueves, 11 de marzo de 2010

2012

Razones por las que el mundo no se puede acabar en el 2012:

  1. Todavía no conozco la Patagonia
  2. México no ha sido Campeón del Mundo (no cuentan copas infantiles y juveniles)
  3. Todavía no tengo hijos (y como no sé si los voy a tener algún día, ya se tiznaron)
  4. No he vivido en Nueva York, Santiago ni Madrid
  5. No he visto un eclipse total de sol (no digo que no hayan sucedido, pero no los he visto)
  6. México no ha ganado medallas de oro en olimpiadas de invierno
  7. No he ido a un mundial
  8. No he ido a unas olimpiadas
  9. El Príncipe Felipe no ha dejado a Doña Letizia por mi
  10. Mi madre no me ha visto salir casada de los Jerónimos
  11. No he ido a un Super Bowl
  12. No he ido al Gran Premio de Mónaco
  13. No he visto jugar al Barcelona en el Nou Camp
  14. No he cantado con Joaquín Sabina
  15. Ewan McGregor no me ha cantado “Your Song”
  16. No he manejado un auto de carreras en una pista
  17. México no ha sido gobernado por un partido de izquierda... Pero es que no existe un partido de izquierda
  18. No he recibido el año en la Puerta del Sol, como el año que fue…
  19. No tengo material suficiente para publicar un libro
  20. Tengo planes posteriores…

Así que, no quiero llevarle la contra a los mayas (tampoco es que no lo haya hecho nunca) pero el mundo no se puede acabar en el 2012… y ya dije.


Agradecemos su paciencia a un post patrocinado por el nefasto tráfico de la Ciudad de México, el calor y la falta de gasolina... de ahí la coherencia o falta de ella

lunes, 1 de marzo de 2010

hace un año

Hace un año. Ha pasado a tal velocidad que me cuesta creer que se esté cumpliendo, me cuesta recapitular todo lo que ha sucedido. Pero recuerdo muy bien la sensación.

Hace un año tenía sentimientos encontrados, viendo a un excelente amigo y gran maestro partir. Sabiendo que lo iba a extrañar terriblemente, ahí sentado en su escritorio gruñendo cuando lo iba a interrumpir y también junto a una botella de tinto, renegando de todo.

Repetí un patrón, poco sano pero común en mí, de evadir el último momento de la despedida, hice de cuenta que no pasaba nada. Lidié con la idea de que era triste que se fuera pero para mí, como para nadie, era la mejor noticia.

Me atacaba también el pánico del gran reto que significaba llenar sus zapatos, tomar su lugar y hacerlo al menos la mitad de bien que lo hacía él. Dejaba en mis manos un monstruo que domar y altas expectativas que cumplir.

Por otro lado, tenía una enorme emoción, un sentimiento de estar orgullosa de mi misma y de saber que estaba dando un paso fundamental en mi carrera profesional, en esa parte de mi vida sobre la que en términos generales nunca he perdido el control.

La tranquilidad de saber que iba por el camino correcto, que la ruta trazada se iba cumpliendo. El gusto de comprobar una vez más que no me había equivocado en la vocación.

Como dije, en el camino han pasado muchas cosas. Mil situaciones que se entrelazan, que se impactan unas a otras, que se colapsan y que, aunque lo niegue, repercuten entre sí.

A un año de distancia, puedo ver las cosas con mucha más tranquilidad. Hoy, la motivación vence al temor, los aprendizajes están a flor de piel. Sé que no han concluido, pero porque esto es un proceso constante.

Hubo quien en el camino decidió bajarse del barco, no compartir el viaje… quién sabe, tal vez fue un lastre menos para soltar amarras y navegar más libre.

Hoy, quiero hacer público mi agradecimiento a Guido Gaona y Claudia Adriasola, los primeros dos en confiar en mí para este reto. A Luis Carlos Rábago, el inigualable cómplice que he tenido a lo largo de estos años. A todos quienes forman (y han formado parte) de este equipo que es, por mucho, el mejor al que cualquier podría aspirar.

Sin cada uno de ustedes este año simplemente no hubiera sido posible.

jueves, 18 de febrero de 2010

ondas del lago

No sé cómo tanto tiempo después llegué a este blog http://blogs.esmas.com/loretdemola/index.php/2008/01/11/la-cura-y-el-huevo/

Recuerdo los años de Ondas del Lago, la gente que me enseñó a sacar agua de las piedras para lograr un contenido, a ser profesional, a disfrutar la vida laboral. Recuerdo el primer trabajo serio que tuve (aunque la seriedad en esa estación no fluía todos los días).

Recuerdo personas a las que hoy todavía llamo amigos, que se volvieron una parte importante de mi vida, que siguieron siendo colegas, que hoy me ven y me siguen llamando "angelito" en detrimento de mi reputación, por cierto.

Recuerdo cuando Álvaro ganó un premio y se publicó su primera novela, cuando Alex e Ivonne se casaron (si, aunque no lo crean lo recuerdo), cuando Luis y Carolina cometieron la misma imprudencia y cuando corté con mi novio y me recibieron en su casa para emborracharnos. Cuando entregaba las notas del programa y moría de miedo mientras mi jefe las leía, cuando me lanzaron al aire porque el encargado de la sección desapareció y yo era la que estaba a la mano. Cuando comíamos en La Taberna Griega (antes de que cayera en malas prácticas) y ahí surgían ideas que se convertían en promos, tan creativos que por el bien de todos no llegaban al aire.

Recuerdo los premios a “la dislexia, dislalia y mala ortografía”, a “la revelación como la peor voz del año”, galardón al que me hice acreedora y no volví a hablar al aire.

Recuerdo también las enseñanzas, la importancia de saber escribir para quien va a leer una nota al aire, de buscar la información hasta el último segundo, de perseguir una nota aunque te vieran como una estación patito, de producir cada segundo al aire, de ser perfectamente puntual para evitar el riesgo de “los dejamos con la hora del mimo”, de estar preparado para todo, de improvisar con la seguridad de que todo está bajo control, de pasar la estafeta. De hacer las cosas bien por convicción y de corazón.

Recuerdo el nacimiento de “El Huevo”, el primer número publicado en formato de tabloide, las primeras acreditaciones de prensa (cuando preguntaban si la revista era “la hueva”), cuando alguien le dijo a la jefa “yo como la gallina le dijo a Dios, me haces el huevo más chico o el hoyo más grande”.

Recuerdo mis trayectos desde la universidad, sin coche y por supuesto sin comer, las horas después del programa que me quedaba en las cabinas sólo por el gusto de estar ahí, mis invasiones a la oficina de deportes porque desde entonces era mi pasión.

Recuerdo mi última participación al aire, con Ivonne al micrófono y yo con la voz quebrada despidiéndome.

Recuerdo a Antimio y sus recomendaciones de museos, David y Lalo hablando de conciertos, Moisés, Humberto y sus miles de voces, Carlos, Malala, Emilio, Jorge, Javier y todo el equipo de noticias. Martín siempre produciendo en su cabina, el Tanque siempre monitoreando. Bueno, recuerdo hasta al Raptor y que algo aprendí.

No sé si alguien más conserve esos recuerdos. No sé porque vienen a mí de manera desordenada pero frecuente. No sé en qué momento pasaron 15 años.

Lo que sé es que hoy, cuando conozco a alguien que en su momento escuchó la estación, leyó la revista o se declara fan de alguno de ambos me lleno de orgullo y me despliego cual pavorreal sólo de pensar que yo fui parte de eso.

A quienes lo crearon, quienes me recibieron, quienes pusieron el corazón y quienes lo hicieron algo especial, mi absoluta admiración y agradecimiento.

martes, 2 de febrero de 2010

cimientos

Todavía no estoy muy segura de que exista algo como “life style choice”. Creo que al final tú vas pensando qué quieres y la vida va disponiendo bastante de ti.

A veces vas por buen camino, otras tienes que dar un fuerte golpe de timón y navegar contra la corriente… o tal vez con ella y tratar de mirar si frente a ti hay un nuevo horizonte.

A veces, tienes que llegar a un punto de quiebre donde el dolor sea tan profundo que no haya manera de ignorarlo. Entonces lo enfrentas, lo lloras, te aterras. Miras a tú alrededor y ves las ruinas que habías querido adornar y sobre las que habías querido caminar. Descubres nuevas heridas, causadas por esos pedazos llenos de aristas que no permiten una base estable sobre la que volver a cimentar.

Y un día descubres que no puedes construir sobre escombros, que como bien dice el pensamiento budista para que algo se llene primero tiene que estar vacío (gracias @jhapik). Entonces empiezas a retirar piedras, a barrer los espacios, a sacar lo no sirve y a imaginarlo todo otra vez.

Entre los escombros, te das cuenta de que en esos pasos inseguros lastimaste a alguien y eso duele mucho más, encuentras grandes cosas que cimentaste mal y que tienes que dejar caer, con la esperanza de que un día puedan volver a suceder.

Y al mirar ese vacío, es casi imposible recordar cuando el corazón sonreía, menos aún pensar que volverá a suceder. Entonces toca sacar fuerzas de flaqueza, respirar muuuuy profundo y volver a empezar… sólo que esta vez, si miras bien alrededor hay otras manos, dispuestas a ayudarte. Tal vez ahora, sea buena idea abrirles la puerta.

domingo, 10 de enero de 2010

Aristóteles y Homero

Hoy pasé por ahí, definitivamente no reconocí el lugar. Esa esquina que ubicaba perfectamente me resultó totalmente desconocida.

Pasé muchos años ahí, muchos momentos, muchas anécdotas y recuerdos.

Incontables y multitudinarias reuniones a las que ponía cara de no querer ir, pero en el fondo tenía una enorme emoción por volverlos a ver.

Tardes enteras rodeada de libros, la letra de Eddie y su voz.

Lavando una interminable colección de coches antiguos y el garaje en el que estaban cuidadosamente guardados. Todo para ganarme… creo que sólo el derecho de sentarme a comer! Tal vez ahí me enamoré de los automóviles, fue el primer taller mecánico que pisé.

Fui atacada por un doberman, cada vez que entraba. Igor corría desde el fondo del jardín y saltaba a mis hombros. Terminábamos o ambos en el piso o yo atrapada entre él y una pared. El resultado era mi rostro lleno de su baba mientras me comía a besos.

Coseché higos en el jardín que luego Cati Cati y Magüe nos hacían en ese dulce que hoy sabe casi igual pero ya no huele a ellas.

Aprendí que los chayotes tienen espinas y que son infinitamente menos amigables que los higos como para tomarlos con la mano.

Pasé horas alimentando a los pájaros en el cuarto de la azotea, que era más bien un departamento donde ellas vivieron, nos alimentaron, nos cuidaron, nos apapacharon y nos dejaron quererlas hasta el día que murieron.

Descubrí mi poco talento para el piano al sentarme frente a un Steinway de media cola que Baby hacía sonar perfectamente y lo hacía ver tan fácil.

Corrí por el pasillo y asomé la cabeza entre los barrotes del barandal, como lo hicimos todos. Con el riesgo de matar a algún adulto de un infarto. Más de 32 niños lo sobrevivimos y aquí estamos.

Me escondí en las múltiples habitaciones, escaleras y recovecos. Jugué mil y un cosas, inventé cientos de historias.

Vi sus habitaciones llenarse de recuerdos, de muebles, de cajas, de historias, de todo eso de lo que no nos queríamos deshacer.

Un día, la vimos irse vaciando poco a poco. Sus muros ir quedando desnudos, sus espacios desangelados. Todos corrimos a llevarnos un pedazo de ese lugar que nos vio crecer y que nos hizo ser. Ese lugar que era nuestro refugio seguro, donde Eddie y Baby estarían siempre para recibirnos.

Recuerdo muy bien la última reunión. Nadie se atrevía a decirlo y nadie se atrevía a irse. Nos volvimos a reunir en el jardín todos, como años antes. Miramos ese espacio que era el único capaz de alojarnos. Nos tomamos una última fotografía y lloramos sin mostrar una sola lágrima.

Después reímos, brindamos, nos abrazamos hasta que llegó el momento de cerrar la puerta por siempre.

Hoy, vi un edificio de departamentos. Frío, sin vida, sin risas, sin recuerdos.

Cuando me fijé bien encontré el muro cubierto de enredadera, las ventanas del segundo piso, la higuera del jardín.

La casa de mis abuelos ya no está en Homero y Aristóteles, pero en algún sitio de mi memoria sigue estando, para que yo siempre pueda volver.

lunes, 4 de enero de 2010

(des) propósitos

Me levanto temprano para ir al gimnasio, hago una estricta rutina de 45 minutos de cardiovascular y 45 minutos de pesas. Termino y desayuno, ligero y energético, como me dijo el nutriólogo que debo hacerlo para perder esos kilos de más que me dejó la navidad.

Salgo a la calle y conduzco no sólo con cuidado sino además con cortesía y respetando cada una de las señalizaciones y disposiciones viales de la ciudad. Sonrío a todos quienes me topo en el camino. En la oficina no pierdo un solo minuto en redes sociales, Messenger, mail, fotos, ni cosa por el estilo. Mis ocho horas son 100% productivas para poder salir de la oficina en punto.

Llego a casa y empiezo a poner orden en mis papeles, cajones, clóset y demás. Este año no se me van a acumular tarugadas en cada rincón. Tiro todo lo que no sirve y regalo lo que ya no me pongo.

El refrigerador y la despensa están en estricto orden y las calorías incluidas en ambos pueden contarse con facilidad. La cava está cerrada, al menos hasta el viernes, nada de la copita de vino o el tequila todas las noches (aunque el doctor insista en que es bueno para la circulación y el PH), sólo en fin de semana. Claro que ya no hay cigarros, en ningún rincón del hogar.

Desde que me desvisto separo la ropa blanca de la de color, la de tintorería de la que se lava en casa. El reloj, los anillos, las pulseras y los aretes van a su correspondiente lugar y no se quedan solo aventados en el buró, lo mismo que los zapatos y el cinturón.

No, no es que sea obsesiva. Es que estoy cumpliendo religiosamente con mis propósitos de año nuevo:

  1. Hacer ejercicio
  2. Comer sano y, por lo tanto
  3. Bajar de peso
  4. Ser un ciudadano responsable y respetuoso
  5. No trabajar horas extras
  6. No acumular papeles y tener en orden la casa
  7. Dejar de fumar
  8. Dejar de beber (al menos entre semana)
  9. Bla bla bla

En pocas palabras BULL SHIT!!!

No conozco una sola persona que no jure sobre las uvas al menos uno de los propósitos anteriores, menos aún conozco alguien que en realidad los haya cumplido durante el año.

Lo único a lo que nos llevan estos falsos compromisos es a que al menos durante un par de meses el gimnasio sea intransitable, para esos maniáticos que sí vamos todas las mañanas como parte de una terapia y no de una débil voluntad. Que cuando buscas a alguien para ir a tomar algo un miércoles o jueves que estás a punto de matar al mundo entero no haya quórum, mismo caso cuando quieres ir por unos tacos de “cochi”, pedir una pizza o desayunar una torta de tamal.

Pero la pesadilla empieza desde antes. Para mí los rituales del 31 de diciembre son parte de la diversión pero nada más. Eso sí, las 12 uvas no las perdono, con sus respectivos deseos. Confieso culpablemente que suelo dedicar un par de ellos a mis amigos o familia y sus proyectos (qué quieren, una vez al año me pega lo cursi), pero fuera de eso lo demás me parece sólo como para ver quién puede hacer más tarugadas en el menor tiempo.

Por ejemplo:

Barrer la casa hacia afuera, salir con maletas a la calle, comer lentejas (además qué asco!!), quitarse los calcetines viejos, tirarlos al fuego y ponerse unos nuevos, poner un billete de la mayor denominación posible dentro del zapato, comer las uvas, abrazar a los parientes, enviar y recibir mensajes, tomar una copa de algo espumoso… y otras que de momento se me olvidan.

Sólo para evidenciar lo inútil de estos asuntos, el primer año que no salí a la calle con maletas… también fue el año que más he viajado en mi vida!!! De haber sabido me evitaba el ritual mucho antes.

Como sea, reconozco que me gusta el año nuevo. Me gusta esta sensación de un año nuevecito, con 365 días listos para estrenarse y hacer de ellos lo que queramos.

Después de años de propósitos, voluntades y tradiciones he llegado a una conclusión. La mejor forma de recibir el año es con gente a la que quieres, una buena copa burbujeante en la mano y riendo hasta que te falte el aire.


PD ya comprobamos que se vale sustituir las burbujas por mezcal, lo demás aplica más que nunca!!