viernes, 27 de noviembre de 2009

frío, bourbon y recuerdos

Sólo nos tomó 32 años hacer por primera vez un viaje solitos. Fue una de esas oportunidades que no tienes muy claro cómo te caen en las narices pero cuando te das cuenta ahí están y seguramente no se van a repetir.

Fueron sólo tres días a un vecino país del norte. Pero eso fue sólo físicamente. La verdad es que el viaje fue a 50 años atrás, a anécdotas que había escuchado hasta que me aprendí de memoria, a descubrir que si existe un lugar que siempre pensé que era algo como “el país de nunca jamás”, al que él volvía con los recuerdos y hacía hasta lo imposible por llevarnos con la imaginación.


Por primera vez en años me dejé llevar, sin una agenda pre-establecida, sin planes estructurados y esquematizados… ahí na’ más a donde nos llevara la vida.

Narrar el viaje completo resultaría muy largo, así que me limitaré a señalar algunos aspectos relevantes, o al menos curiosos.

Nos hospedamos en un hotel excelentemente ubicado, apenas a media cuadra del sitio al que llaman “the crossroad of the world” osea, Times Square, cuya principal característica era el espacio interior, baste decir que había que ir en fila india por los pasillos y que tenía yo que brincar su cama, para llegar a la mía porque no había otro espacio para pasar.

La agradable temperatura de Nueva York nos recibió ahí cerca de los 0°, eso cuando se ponía buena onda, porque luego le daba por disminuir y soltar un airecito que calaba hasta las ideas, motivo por el cual la verdad es que perdimos todo el estilo, pero no las ganas de caminar y caminar y caminar la ciudad. Bueno hasta de navegar alrededor de Manhattan temiendo que un iceberg se atravesara en el camino y nos arruinara el show.

Caminamos por toda una ciudad que no hay mejor forma de conocer que codeándose con su gente en las abarrotadas banquetas. Comimos donde nos agarró el hambre y el antojo, no sé si conocimos los sitios más sofisticados pero si los más “rumbosos” como diría el viejito. Viajamos en metro y hasta en tren. Visitamos museos y tiendas, comimos pretzels… bueno hasta tomamos bourbon con todo y que no nos gusta (“es que es muy gringo” declaró después de dar el primer trago y estar a punto de escupirlo).

Pero lo mejor, lo inigualable, fue un trayecto de poco más de una hora en tren, a las orillas del Hudson, para llegar a Poughkeepsie, ese lugar que resulta que si existe aunque no lo creíamos.

Llegamos sin la menor idea de para donde jalar, con la fortuna de que el Marist College resulta ser un sitio de harta relevancia para la comunidad osea que no fue tan difícil encontrarlo.

Fue llegar y ver su mirada cuando se le apareció el Donnelly Hall, el edificio que él ayudo a construir y que dejó en obra negra, para verlo hoy convertido en punto emblemático del lugar. Ya con eso valió la pena el viaje.

Lo demás, fue adicional. La caminata por el campus (impresionante por cierto), la hora y media en la tienda de souvenirs buscando algo para cada miembro de la familia, el recorrido por la biblioteca, la visita al Presidente del Colegio, los minutos en el mismo lugar que ocupó en la capilla en sus años de estudiante y los recuerdos que paso a paso nos iban alcanzando y envolviendo fueron aderezos al plato principal.

Si me preguntan, de manera un poco egoísta puedo decir que lo más maravilloso para mí fue el gusto de poderle regalar esa aventura. “Sólo a ti se te puede ocurrir hacer algo así” me dijo cuándo volvíamos y lo que pensé fue que por él valía la pena eso y más.

Y para qué negarlo, ¡me divertí como loca!

Hay lugares en el mundo que disfruto muchísimo. Mérida es mi infancia completa, mis mejores recuerdos, mi familia. Ixtapa es la playa, el descanso, el reventón para viejitos que se nos da tan bien. Madrid por alguna razón es mi lugar feliz, creo que en mi otra vida viví por allá. Pero si algo descubrí en estos pocos días, es que puedes crecer, cambiar, irte o volver, pero siempre habrá un lugar y una persona a la que podrás volver, no importa en qué lugar del mundo estés.


¿Con quién hice el viaje? Con mi alter ego, un hombre al que adoro y admiro: ¡mi papá!







PS Mi motivo de mayor emoción: me pidieron identificación para dejarme entrar a un bar!!! Eso hacía mucho, pero mucho que no me sucedía.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

dejar de fumar

Hay mil y un razones, como en todo algunas válidas, otras un mero pretexto. El caso es que dejar de fumar puede ser un gran paso o sólo un evento pasajero.

Yo lo dejé hace más de 8 años. Fue algo curioso, realmente puedo decir que un día se me dejó de antojar. Coincidió con una enfermedad de mi padre que lo alejó del tabaco unos meses, cuando iba a volver nos mataba la flojera de pensar en ir a comprar un cigarro… así que siempre lo atribuimos a la pereza y a nuestra complicidad (eso y ser un poco mamones, porque había cigarros en casa pero no de los que nos gustaban).

Volví hace cerca de seis meses. Si me preguntan no fue más que un berrinche, tal vez infantil, tal vez no tanto… pero berrinche al final.

Dejé de fumar un poco antes de casarme, no puedo decir que lo haya hecho “por él”, en realidad nunca ha sido mi estilo, tal vez lo hice por varias coyunturas y porque era el momento. Durante todos estos años no me hizo falta el cigarro. A veces, en el estadio recordaba la cábala de encenderlo justo con el silbatazo inicial… lo sustituí por un trago a una cerveza. En la fiesta, con los amigos… no, en realidad ahí nunca me hizo mayor falta.

Lo volví a tomar cuando decidí divorciarme. Fue algo como querer volver a ser la misma de antes, pero por favor, ¡¡¡ni lo soy, ni lo quiero ser!!!

Entonces se convirtió en una muleta, en lo que me refugiaba ante el miedo, los nervios, la inseguridad, la soledad.

Hoy me doy cuenta de que fumar es parte de algo que ya dejé muy atrás, de alguien que fui y que se quedó allá.

Tanta gente alrededor me ha dicho “no fumes”. Una mi madre, que lo ha dejado y ha vuelto un millón de veces. Otro un “amigo” que me ha demostrado que no tiene el menor derecho de opinar sobre mi vida. Otro, vendió cigarros durante 18 años de su vida… pliiiiisssss

Lo curioso es que la gente que hoy siento que me quiere ha sido muy respetuosa, seguramente en el fondo opinan que estoy tarada, pero me han dejado estarlo… y de vez en cuando se vale hacer tonteras ¿no?

Decidí que lo dejaría, otra vez, el 23 de noviembre. Fecha que marca el cierre de un ciclo, mucho más allá de lo que yo misma pensé.

No sé si lo voy a extrañar, si en un momento de enojo, molestia o berrinche lo voy a querer retomar, si voy a ser lo fuerte que otros dicen que soy. Pero sé que quiero y lo voy a hacer, porque para mí es el paso a seguir adelante, a crecer, a evolucionar, a ser lo que hoy me corresponde, con el miedo y la incertidumbre que eso represente. Porque hoy, las muletas salen sobrando.

Y como quién dice, hacia atrás ni para agarrar vuelo…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

el abuelo Eddie

No sé si recuerdo su cumpleaños, las fechas se vuelven confusas en mi memoria… sé que recuerdo los momentos más felices de mi infancia y el más duro el día que se fue, una noche de abril.

Conservo muchas cosas de él, la mayoría en el corazón y en la memoria, otras en papel… de ese que se va poniendo amarillento y oliendo a viejo.

Al día de hoy, no puedo pasar por la esquina donde estaba su casa después de que la demolieron y con ella nuestros recuerdos en su biblioteca, ahí donde nos escondíamos de todos.

Tuve que compartir su presencia con otros 32 sujetos… pero su esencia, sus secretos, sus travesuras, sus mejores momentos son sólo míos.

Han pasado más de 20 años y todavía lo extraño, todavía busco su presencia. En los momentos más importantes me hace falta escucharlo y reír con él.

Leo porque él me enseñó a amar la lectura, escribo porque nos heredó la magia de las palabras, quise ser abogada porque él lo fue (claro, luego conocí el sistema jurídico mexicano y ya no me gustó). Incluso hay muchas cosas en mi que apenas ahora descubro que son rasgos de su personalidad, sólo que era yo muy pequeña para darme cuenta. El gusto por la docencia (heredado también en mi padre), el sarcasmo, el humor negro.

Fue como un personaje de novela, subió a un barco para ir hasta Europa a alcanzar a la mujer de su vida, así sin dinero, ni nada más que el corazón. Conquistó una familia, la hizo suya y construyó otra. Una familia enorme que al día de hoy conserva el gran valor de estar juntos, al menos una vez al año repetimos la tradición que él, junto con su compañera de vida, creó para nosotros. Y conservamos la ilusión de que él preside la mesa.

Dice mi papá que si me viera ahora estaría muy orgulloso de mí. Quiero pensar que al menos me daría un coscorrón, tomaríamos un último Campari a escondidas de la familia y entraríamos del brazo al comedor, con nuestros secretos a rastras y la complicidad en la mirada.

viernes, 6 de noviembre de 2009

más de 100 mentiras

Joaquín Sabina hace un largo recuento de lo que él llama “más de cien palabras, más de cien motivos, para no cortarse de tajo las venas. Más de cien mentiras que valen la pena”. No sé si sean mentiras, tal vez son nimiedades, y prometo no llegar a las 100 porque no hay quien aguante… pero acá algunas de esas cosas que para mí, valen la pena:

  • Los amigos, los de verdad. Esos que se convierten en la familia que tú eliges y no la que te tocó. Los que igual no ves en meses o años, pero aparecen en el momento preciso. Con los que vas a echar una chela, a ver el futbol, de viaje o nada más te mandas un mensajito con una mentada de madre que, en el fondo, sabes que se traduce en un inmenso cariño

  • Una buena taza de café. Aromático, calientito, recién preparado. Si se puede tomar todavía en pijama y descalzo aún mejor. Es un elixir que parece abrir los horizontes y las neuronas

  • Un libro. En un parque, un cómodo sillón, una banca o una terraza. Donde sea porque al final, te va a trasladar a otro mundo, otra época, otra historia

  • Una cámara fotográfica y cualquier horizonte. La posibilidad de fragmentar la realidad en pequeños cuadros, que digan sólo eso que queremos ver. ¿Se han fijado que un mismo encuadre, retratado por dos fotógrafos, puede decir cosas muy distintas?

  • Un buen auto y una larga carretera. Una muy variada selección musical y horas de trayecto. Puede ser con un claro destino o sin él. Sólo por el gusto de sentir la libertad y el poder de decidir hasta dónde llegar

  • La adrenalina que acompaña a cualquier deporte. Puede ser el desahogo de rematar un balón con toda la fuerza mientras te sostienes en el aire. O el verlo estrellarse en la red al fondo de una portería mientras el arquero lo mira con desesperación. O el grito en los audífonos de “¡verde!” que marca el inicio de una carrera en la pista, hasta un rebase espectacular en los últimos metros antes de ver la bandera a cuadros

  • Viajar. Por gusto, por trabajo, por obligación. Solo o acompañado, con amigos o colegas. Cambiar de aires, conocer otras formas de vida, otras culturas. Extrañar tu regadera o tu cama y volver a ellas como si fueran la tierra prometida

  • Un abrazo. Y sobre todo lo reconfortante que resulta después de un trago amargo, viniendo de esa persona, que puede hacer que todo parezca mejor. Claro… los abrazos colectivos y los fraternales también tienen una especial dosis curativa

La verdad es que así le podríamos seguir, lo cual me hace pensar que al final hay tantas cosas que valen la pena, que nunca sobra un esfuerzo adicional por levantarse y seguir adelante.

lunes, 2 de noviembre de 2009

puertas y ventanas

Dicen que cuando se cierra una puerta (sea por Dios o por quién quieran) siempre se abre una ventana.

Creo que en mi caso fue al revés. Poco a poco se fueron cerrando muchas ventanitas. Al cerrar la última se abrió una colección de oportunidades, un horizonte entero.

Hoy, fue el primer día tras haber cruzado ese umbral. El primer día de una etapa completamente diferente.

No niego que hay sentimientos encontrados, atrás quedan sueños, proyectos, ilusiones que fueron muriendo una a una. Cada rincón que se fue vaciando iba dejando al descubierto muchas cosas que en el camino se olvidaron, pero también las fue dejando libres para irse, para dejarlas volar.

Sé que al cerrar esa puerta dejé atrás un lugar donde fui feliz, al que no debo ni quiero tratar de volver. Es un lugar que ya no me corresponde y al que no le pertenezco… lo sé con una infinita paz en el corazón.

Hoy, amanecí con una luz nueva, mirando a otro horizonte, sabiendo que el mundo se abre frente a mí y que es momento de ir por él.

Otros aires, otros cielos, otros mares… con la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.