Nada reconforta, cura y alimenta tanto como el abrazo de un amigo. Cuando ese abrazo se prolonga en el tiempo sus efectos benéficos lo hacen también.
Esperé mucho tiempo por un abrazo así, tal vez más de la cuenta, y me aferré a él. Me aferré lo suficiente para que su efecto dure hasta la próxima vez.
Entonces descubrí varias cosas:
Descubrí que un abrazo no tiene por qué pedirse, debería llegar así, espontaneo y natural, cuando te sientas al lado de alguien “cercano” y tienes que decirle que necesitas un abrazo algo anda mal.
Descubrí también que los abrazos hablan por sí solos, que ahí no hacen falta palabras… el corazón de cerquita se entiende mejor.
Descubrí que a los amigos, a los de verdad, no necesitas decirles las cosas, no tienes que explicar nada, y que a pesar del tiempo y la distancia siempre estarán al alcance de la mano.
Descubrí que en el peor momento de soledad, alguien está pensando en ti y aunque no lo entiendas de momento, la vida en su momento te lo hace saber.
Finalmente, descubrí que, aunque no hay como la presencia física, la gente que de verdad te quiere, encuentra la forma de estar contigo, aunque sea de la forma aparentemente más insignificante o la menos convencional.
Así que desde aquí, un abrazo a todos esos que han estado en los momentos clave, quienes no importa la distancia sé que siempre serán un lugar al que puedo volver.